Llegué a la Obra del Padre Mario después de terminar la secundaria, en 1986. Y al poco tiempo ya estaba trabajando en la recién inaugurada escuela Santa Inés y participando de un video de la Obra que por aquellos días producían Marta Teglia, Jorge Guinzburg y Silvina Chediek.
Recuerdo que por la mañana me llevaban a Recoleta a filmar durante un mes, en el coche del Padre Mario y a la vuelta, con Miguel Hernández pasábamos a buscar al Padre por la calle Mariano Acosta, almorzábamos juntos y después nos veníamos para Catán.
Siempre respeté los tiempos y los silencios del Padre Mario. Yo no le preguntaba nada, en general era él quien comenzaba la conversación. Yo sentía que estaba muy cansado y debía respetarlo cuando no quería hablar. Así que yo trataba de no llenarlo de preguntas sino, más bien, de escucharlo. Y ahí yo sentía un fluido de energía especial.
Él siempre me pasaba las manos desde la cabeza hasta el tronco. Y esa parte de mi cuerpo es la que sigue bien hasta hoy.
En Santa Inés yo trabajaba enseñando pintura a los chicos, y con Estela MacKinnley, la esposa de un diplomático mexicano que colaboró mucho con la Obra, en la restauración de muebles antiguos. Un trabajo hermoso. Casi todos los muebles del museo están restaurados por ella.
Al trabajar en Santa Inés me posicioné desde la discapacidad. Ahí me comparé (siempre había ido a escuelas comunes, no tenía contacto con otros discapacitados) y me di cuenta de que yo también era discapacitada. Es decir, empecé a pensarme como discapacitada. Fue un momento muy fuerte en mi vida.
Mi carácter y que me dijeran muchas veces que me iba a morir joven son cosas que yo las tomé para conseguir fuerzas y seguir viviendo, para llegar a los 50 años como tengo hoy.
Yo creo que estoy bien porque se juntaron mi manera positiva de ver la vida con todo lo que me dio y me da el Padre Mario. Porque aún hoy me sigue dando muchas cosas. Soy una mujer bendecida: tengo buena salud, fui madre cuando todos decían que era imposible, y tengo un trabajo que me gusta y en el que me quieren mucho. ¿Tengo derecho a reclamarle a Dios para que me haga caminar? No, no tengo derecho, soy muy afortunada y puedo convivir con lo que me tocó y con mis bendiciones. Mi hijo Alejo es uno de los tantos milagros del Padre Mario por eso su primera salida de bebé fue para traerlo al mausoleo, saludar al Padre y agradecerle.
Después de pasar por Santa Inés, a fines de los años ´80, me llamaron para trabajar en la colonia de verano, con los abuelos, y después seguí en el CAM y en distintos sectores del Área social junto a Marisa Parreira y Gabriel Laurino.
Hice muchísimos trabajos en todos estos años en la OPM, desde dar clases hasta trabajos administrativos, desde exponer en congresos hasta viajar representando a la Obra. Yo siempre digo que me casé con la Obra y mi nombre de casada digo que es “Nora Silvina Salvatierra de la Obra del Padre Mario”.
Por eso, cuando me jubile no me voy a retirar a mirar la tele en casa. Estoy estudiando derecho y proyecto, para cuando esté un poco más avanzada en la carrera, asesorar gratuitamente a la gente que llega a la Obra con distintos problemas. Voy a parar recién cuando no tenga más batería, cuando me quede sin aliento. Mientras tanto, seguiré.
Esa es mi forma de devolver, de retribuir algo de todo lo que me dieron, y de la misma manera animo a mis compañeros y enseño a mi hijo: hay que retribuir y eso es justicia. Si querés el bien, tenés que ser justo.