Recuerdo una anécdota: un tiempo antes de empezar, pasé por la vereda de la Policlínica y vi dos auxiliares limpiando la vereda. Llegué a la esquina, me di vuelta y volví a verlas. Y ahí pensé: yo quiero trabajar en la Obra, necesito el trabajo. Tengo grabada esa imagen.
Pasó el tiempo, y un día la señora Edel, que trabajaba acá, me fue a buscar en un remis y me trajo hasta la Policlínica. Pasaron ya 21 años pero lo recuerdo como si fuera hoy.
Yo creo que fue el Padre Mario quien me llamó y me hizo permanecer en este lugar tan hermoso. No lo conocí en vida pero lo quiero con todo mi corazón. Fue un elegido por Dios, de lo contrario no entiendo cómo pudo levantar una Obra como esta.
Aquí vengo contenta y con energía. Siento un orgullo muy especial por trabajar en la Obra. Aquí conocí gente maravillosa que me abrieron su corazón. Aquí he escuchado cientos de historias de personas que conocieron al Padre Mario y de otras tantas que no lo conocieron pero que mejoraron sus vidas a partir de que él llegó hasta aquí y empezó a trabajar con un amor infinito por los demás.
Porque eso es amor. Se levantaba de madrugada y empezaba a atender cientos de personas con muchas necesidades espirituales, de salud o de cualquier tipo. Su vida no era una fiesta, estaba al lado de los que sufrían para que tuvieran una mejor vida.
Y eso es lo que se sigue respirando hoy, aquí, y yo siento que soy parte de todo esto. Y ese es mi orgullo y lo que siento por la Obra